SOBRIA NO TE PUEDO NI HABLAR, ESTOY PERDIDA SIN MI ESTUPIDÉZ..

lunes, 27 de septiembre de 2010


Que maravilloso día, la verdad que estos dias no me puedo quejar..
Los dias que pasaron fueron oscuros, sin vida, sin ganas de nada. No hice cosa mas que llorar desde que me despertaba hasta que lograba dormirme.
No esta nada bueno darse cuenta que las cosas no siempre se dan como uno quiere. Y me parece barbaro, mi vida no tendria sentido si las cosas salieran como yo quiero. Si esa persona estaria conmigo, no, no quiero ni imaginarlo!..
Que feo es saber con certezas que todas esas hipotesis que uno manejaba por la simple intuicion, por pequeños detalles, son ciertas!
NO te entiendo, te juro q no te entiendo, hago mis mayores esfuerzos, pero no te entiendo una mierda!.

Me miró. Empecé a desvestirme sola. Nunca me había desvestido sola, siempre esperaba a que él lo hiciera. Ahora me desvestía sola mientras hablaba de una amiga y los exámenes del colegio. Como si en vez de estar desvistiéndome para tener sexo con un hombre lo estuviera haciendo en un probador de una casa de ropa con una amiga de toda la vida (en el caso de que tuviera amigas de toda la vida).
Él seguía mirándome. Mientras, yo me despojaba de las botas negras y las medias de lycra. Me senté en la cama, pocos centímetros lejos de él y seguí hablando: “no sé por qué nos fue mal en ese examen –mientras me sacaba el corpiño- habíamos estudiado. Lo cierto es que esa profesora nos odia”. Alejandro entendió que mi charla acerca del colegio era producto de una negación sobrehumana que mi inconsciente estaba conjurando sobre mí. Me miró sonriendo y se tiró encima de mí casi sin que me diese cuenta. No me interesaba darme cuenta, necesitaba que estuviera adentro mío lo más rápido posible, quería olvidarme del colegio y de todo lo que había pasado con él; quería olvidarme de que estaba en un hotel y que en una hora nos tendríamos que ir, y que no iba a verlo en muchísimo tiempo. No quería pensar que lo único que nos unía era el sexo, pero… necesitaba ese sexo, aunque no fuese lo único que necesitaba.
Estábamos ya los dos desnudos y Alejandro estaba encima de mí cuando simultáneamente sentí placer y una opresión en el pecho, una angustia mortal, esclavizante, que aunque traté de disuadir me violó hasta lo más profundo. Se dio cuenta. Paró, me miró. Me preguntó por qué lloraba. Yo tenía los ojos rojos (lo sé porque me arden mucho cuando los tengo así) y las lágrimas parecían salir de la fuente de Salmacis, nunca paraban, no iban a parar, no pretendían hacerlo.
Me sentía horrible: quería sentir su piel, su cuerpo, pero no quería tener sexo. Necesitaba estar al lado suyo, abrazarlo, quizás hasta verlo dormir; pero tener sexo no era compatible con la angustia existencial que vivía dentro de mí en ese momento. Sí, claro que no iba a poder tenerlo desnudo al lado mío si no hacía lo que fuera por seducirlo y hacer que me lleve a un hotel, pero no era lo que yo quería. Simplemente necesitaba verlo tranquilo, con su tergiversada mente dormida.
Le dije que lloraba porque tenía mucho miedo de perderlo, de que esa fuera la última vez que hiciéramos el amor, que lo vería indefenso y entregado. “Gorda, nunca me vas a perder. Nunca”.